Raíces milleritas
Los adventistas de hoy encuentran sus raíces en el movimiento del segundo advenimiento de comienzos del siglo XIX, cuando muchos predicadores proclamaron la pronta venida de Cristo en distintos lugares del mundo, pero con mayor fuerza en Norteamérica.
William Miller
Miller, un habitante de la zona del extremo noreste de los Estados Unidos, adoptó la creencia escéptica del deísmo durante los primeros años del siglo XIX, abandonando las convicciones religiosas cristianas con las que había crecido; sin embargo, luego formó parte del gran número de personas que regresaron al cristianismo durante las primeras dos décadas del siglo XIX. Este movimiento fue conocido como el Segundo Gran Reavivamiento, allí, muchos se volcaron al escudriñamiento de la Biblia, incluyendo a Miller, que se diferenció del común por convertirse en un estudiante particularmente celoso.
Su método de estudio de la Biblia fue comparar escritura con escritura, de manera metódica. «Comencé con el Génesis —escribió Miller— y leí versículo por versículo, y no avanzaba hasta que el significado de los distintos pasajes se me revelaba, liberándome de mi aflicción […]. Siempre que encontraba algo oscuro, mi práctica era compararlo con todos los pasajes colaterales; y con la ayuda de [la concordancia bíblica de] Cruden, examinaba todos los textos de las Escrituras en los que se encontrara cualquier palabra relevante que apareciera en una porción oscura. Luego, al dejar que cada palabra tuviera su propio peso en relación con el tema del texto, si mi visión de él armonizaba con cada pasaje colateral de la Biblia, dejaba de ser una dificultad» (Wm. Miller’s Apology and Defence, p. 6).
Durante dos años (1816-1818), Miller estudió su Biblia intensamente con esta metodología. Finalmente, llegó a «la solemne conclusión […] de que en alrededor de veinticinco años desde aquella fecha [o sea, en 1843] todos los asuntos de nuestro estado presente llegarían a su fin», y Cristo regresaría (ibíd., p. 12).
Miller llegó a su conclusión por medio de un estudio de las profecías del libro de Daniel, especialmente Daniel 8: 14: «Hasta dos mil trescientas tardes y mañanas; luego el santuario será purificado». Tomando el principio interpretativo ampliamente aceptado de un día por año de Números 14: 34 y Ezequiel 4: 5, 6, Miller calculó que la profecía de los 2.300 días concluiría en 1843 e interpretó que el regreso de Cristo a la tierra ocurriría en ese momento. Al mismo tiempo, Miller estaba al tanto de que lo que proponía era contrario a la teología casi universalmente aceptada en sus días que sostenía que Cristo regresaría al final del milenio. «Por lo tanto —escribió—, temía presentarla [su conclusión], por si cabía alguna posibilidad de que yo hubiese cometido algún error, y para no engañar a nadie» (ibíd., p. 13). En razón de estos temores, Miller dedicó otros cinco años (1818-1823) reexaminar y evaluar el estudio de la Biblia que había hecho, durante este tiempo fortaleció su confianza en que Cristo vendría alrededor de 1843. No obstante, al comenzar a hablar de esto con los que le rodeaban halló poco interés. Durante nueve años (1823-1832), Miller continuó estudiando, a la vez que se sentía impulsado a comunicar su mensaje.
Asediado continuamente por una voz que le decía «Ve y cuéntale al mundo de su peligro». «Hice todo lo que pude para evitar la convicción de que se requería algo de mí» , Miller no pudo escapar de su conciencia e «hizo un pacto solemne con Dios», proponiendo que si recibía una invitación para hablar en público en algún lugar, iría y enseñaría acerca de la segunda venida del Señor. «Instantáneamente —escribió— toda mi carga se esfumó; y me regocijé en que probablemente no recibiría ningún llamamiento, dado que nunca antes se me había hecho una invitación así» (ibíd., pp. 15-17). Solo transcurrió media hora de esa oración y Miller recibió su primera solicitud para predicar sobre el segundo advenimiento. «Inmediatamente me enojé conmigo mismo por haber hecho la promesa», confesó. «Al instante me rebelé contra el Señor, y tomé la determinación de no ir». Luego salió airadamente de su casa para luchar con el Señor en oración, y finalmente se sometió después de otra hora (ibíd., p. 18).
Para finales de la década de 1830 el profeta reticente había convencido a varios pastores de que Cristo regresaría alrededor del año 1843. El más significativo de esos conversos del cuerpo pastoral fue Joshua V. Himes, de la Conexión Cristiana.
Joshua V. Himes
Himes, un influyente y enérgico pastor interconfesional de Boston, se esforzaba por acelerar la llegada de un milenio terrenal, sin embargo, luego de invitar a Miller a celebrar una serie de reuniones en su iglesia en 1839, este fue transformado por el mensaje del segundo advenimiento, transformándose en el principal propagandista del mensaje millerita. Himes, al contrario de Miller, no se detuvo a predicar solo donde lo invitaran, sino que se propuso hacer llegar el mensaje a todo el mundo.
En los cuatro años siguientes Himes hizo que las palabras ‘millerismo’ y ‘adventismo’ llegasen a ser familiares en Norte-américa. El activo e ingenioso Himes se encargó de que para 1844 la doctrina adventista llegara a ser conocida en todo el mundo. Utilizó varias vías para cumplir su misión de advertir al mundo que Cristo regresaría alrededor del año 1843 y que «la hora de su juicio ha llegado» (Apoc. 14: 7). Quizá lo más importante e influyente fue la página impresa. Himes desencadenó lo que el historiador Nathan Hatch catalogó como «un bombardeo mediático sin precedentes» (Democratization of American Christianity, p. 142). Como no era de los que se duermen en los laureles, tres meses después de su primera invitación a Miller, Himes había comenzado a publicar Signs of the Times [Señales de los tiempos] para llevar el mensaje adventista al mundo; un par de años más tarde comenzaría también a publicar el Midnight Cry [El clamor de medianoche], periódico que intentaba alcanzar a la ciudad de Nueva York entera, imprimiendo 10.000 ejemplares diarios y llegando a las manos de cada ministro de la ciudad. Solo en 1842 se distribuyeron 600.000 ejemplares en cinco meses.
Las publicaciones lideradas por Himes incluso alcanzaron múltiples lugares del planeta, El método millerita para darse a conocer a nivel mundial no era enviar misioneros, sino colocar sus publicaciones en barcos con destino a diversos puertos. Joshua V. Himes también fundó en 1840 la primera Asociación General de Cristianos que Esperan el Advenimiento; no obstante, más importante que lo anterior fue su papel en el desarrollo de los congresos adventistas al aire libre, reuniones que llegaban a congregar a cerca de 4.000 personas, utilizando la que quizás haya sido, en ese entonces, la carpa más grande de los Estados Unidos. Entre el verano de 1842 y el otoño de 1844, los milleritas celebraron más de 130 congresos al aire libre. Calcula que la asistencia conjunta de todas las reuniones superó el medio millón de personas (aproximadamente uno de cada 35 estadounidenses).
Charles Fitch
Si bien el movimiento millerita había sido bien acogido en una multitud de corazones, y los púlpitos y edificios de distintas denominaciones se habían abierto a los predicadores adventistas, al comenzar la década de 1840, las cosas empezaron a cambiar en 1843. La ridiculización por parte de quienes no creían en el mensaje y la presión generalizada en las congregaciones hizo que los «milleritas» empezaran a ser expulsados de sus congregaciones. A medida que se aproximaba «el año del fin”, se exacerbó una confrontación entre las teologías del segundo advenimiento. En ese contexto, Charles Fitch, popular ministro millerita de la denominación congregacionalista, en el verano de 1843 predicó un sermón sobre Apocalipsis 18 que se centraba en la caída de Babilonia. «Salid de ella, pueblo mío» (Apoc. 18: 2, 4; comparar con 14: 8) era su mensaje. Ese sermón, posteriormente publicado tanto en forma de artículo como de folleto, marcó otro punto de inflexión en el desarrollo millerita, ya que los creyentes adventistas se veían cada vez más como un cuerpo separado.
A diferencia de lo que se había predicado hasta entonces en el movimiento millerita, Fitch definió al anticristo como todos los católicos y protestantes que rechazaban la enseñanza del pronto regreso de Cristo. Fitch escribió: «Salir de Babilonia es estar convertido a la verdadera doctrina de las Escrituras de la venida personal de ¡salga de Babilonia! Cristo y de su reino […]. Si usted es cristiano, ¡salga de Babilonia! Si tiene la intención de ser hallado cristiano cuando Cristo aparezca, ¡salga de Babilonia!, y salga ahora! […] Salga de Babilonia o perecerá» (Come Out of Her, My People, pp. 18, 19, 24). Así, Fitch facilitó una razón teológica a muchos adventistas milleritas para separarse y formar un cuerpo distinto, dejando las iglesias que habían rechazado el mensaje de la hora del juicio.
Los chascos
Aunque Miller, en un principio, no deseaba ser demasiado específico en cuanto a la fecha exacta del regreso de Cristo, terminó reemplazando el ambiguo «alrededor del año 1843» por algún momento entre el 21 de marzo de 1843 y el 21 de marzo de 1844. El «año del fin del mundo» de Miller pasó sin el regreso de Cristo. Así, los milleritas experimentaron su primer chasco.
La frustración de Miller y el sentimiento de culpa de haberse equivocado ante tantas personas se pueden apreciar en la carta que le hizo llegar a Himes el 25 de marzo de 1844. «Ahora estoy sentado en mi viejo escritorio […]. Al haber obtenido ayuda de Dios hasta el tiempo presente, todavía sigo buscando a mi amado Salvador […]. El tiempo, como lo había calculado yo, ya ha pasado; y a cada momento espero ver al Salvador descender del cielo […]. No sé si Dios desea que yo le vuelva a advertir a la gente de esta tierra […]. Espero haber limpiado mis vestiduras de la sangre de las almas. Tengo la convicción de que hasta donde estuvo en mi poder, me he librado de toda culpa de su condena» (Midnight Cry, 18 de abril de 1844).
Sin embargo, gracias a la fuerte convicción que seguían manteniendo Miller y Himes en la venida, el millerismo no desapareció y volvió a cobrar vida en el congreso al aire libre de Exeter, New Hampshire, a mediados de agosto de 1844. En esa reunión, el ministro millerita S. S. Snow demostró convincentemente, por medio de una variedad de cálculos matemáticos, que el cumplimiento de la profecía de los 2.300 días de Daniel 8: 14 tendría lugar en el otoño de 1844. De hecho, a través de un estudio detallado de las ceremonias del año judío, Snow predicaba que la profecía de Daniel relacionada con la purificación del santuario culminaría en el día de la expiación judío: el décimo día del séptimo mes del año judío (véase Lev. 23: 27). Snow afirmaba que había calculado el día exacto de la purificación, que los milleritas todavía interpretaban universalmente como la segunda venida de Cristo. Ese día de 1844, de acuerdo con el cálculo caraíta judío, era el 22 de octubre. Así, Cristo regresaría, decía Snow, el 22 de octubre de 1844, en unos dos meses.
Quienes estuvieron presentes en Exeter salieron tremendamente entusiasmados de lo que habían escuchado, y así, el mensaje de la venida de Cristo en el décimo día del séptimo mes se expandió con suma velocidad entre la masa de los creyentes. Aunque Miller, Himes y otros líderes adventistas vacilaban en fijar sus esperanzas en un día definido, pero, con el tiempo, se rindieron ante la contundencia de los argumentos de Snow.
El 6 de octubre de 1844, Miller escribió acerca de su entusiasmo y de sus esperanzas: «Apreciado hermano Himes: Veo una gloria en el séptimo mes como nunca antes la había visto […]. Da gracias al Señor, oh alma mía. Dígale al hermano Snow, al hermano Storrs y a los demás que sean bendecidos por haber sido instrumentos para abrir mis ojos. ¡Casi estoy en casa!, ¡gloria! ¡Gloria! ¡Gloria! Veo que el tiempo es correcto […]. «Mi alma está tan rebosante que no puedo escribir. Los invito a ustedes, y a todos los que amen su venida, a darle las gracias por esta gloriosa verdad. Mis dudas, mis temores y mi oscuridad se han disipado. Veo que todavía estamos en lo correcto. La Palabra de Dios es verdad; ‘Y mi alma está llena de gozo […]. Oh, cómo desearía poder gritar. Pero gritaré cuando venga el Rey de reyes. «Me parece escucharlos decir: ‘El hermano Miller es un fanático’. Muy bien, llámenme como les plazca; no me importa; Cristo vendrá el séptimo mes, y nos bendecirá a todos. ¡Oh!, gloriosa esperanza» (Midnight Cry, 12 de octubre de 1844).
Días antes del 22 de octubre, se detuvo la publicación de los periódicos adventistas, muchos habían dejado de hacer provisión para el futuro ya por varias semanas; algunos dejaron sus cultivos sin cosechar, cerraron sus negocios y renunciaron a sus empleos. Estaban completamente seguros de que Jesús volvería. Pero el día llegó y pasó, y Jesús no apareció en las nubes del cielo. Decenas de miles de creyentes expectantes y otros que observaban con duda vieron acabarse el día sin que nada sucediera. Los burladores y los indecisos cobraron ánimo, pero los milleritas quedaron totalmente sumidos en el caos y el desánimo. Sus afirmaciones específicas en cuanto al tiempo y su confianza ilimitada en la fecha del 22 de octubre sirvieron para aumentar su chasco. Hiram Edson posteriormente escribió: «Nuestras esperanzas y expectativas más anheladas saltaron por los aires, y nos sobrevino un espíritu de llanto como nunca antes había experimentado. Parecía que la pérdida de todos los amigos terrenales no habría tenido ni punto de comparación. Lloramos sin parar, hasta el amanecer» (H. Edson, Ms).
Luego del gran chasco, Miller mantuvo una postura optimista y manifestó su serenidad escribiendo: «Hermanos, estén firmes, no dejen que ningún hombre tome su corona. He fijado mi mente en otro tiempo, y así pienso estar hasta que Dios me dé más luz. Y ese tiempo es Hoy, Hoy, y Hoy, hasta que él venga, y vea yo a Aquel a quien mi alma anhela» (Midnight Cry, 5 de diciembre de 1844). No obstante, el resultado fue inevitable; la gran mayoría de los milleritas probablemente abandonó su fe en la segunda venida, retornando a su iglesia anterior o sumiéndose en la incredulidad. Además, la confusión reinó entre la multitud de líderes que intentaban explicar lo ocurrido para continuar con el movimiento.
La era del desarrollo doctrinal (1844-1848)
Entre los que mantuvieron su fe en el pronto regreso de Cristo, podemos, de manera general, identificar tres grupos, de acuerdo a su interpretación de lo que había pasado el 22 de octubre, (1) el grupo, bajo el liderazgo de Joshua V. Himes, que rápidamente concluyó que ese día no había acontecido nada, simplemente se había errado en la fecha; (2) «los espiritualizadores», que sostenían que Cristo efectivamente había regresado a la tierra, pero su venida había sido «espiritual»; y, por último, (3) los que afirmaban que la fecha había sido correcta, algo había ocurrido, pero no había sido la segunda venida de Cristo. De estas tres divisiones, la tercera fue la última en surgir, sin embargo, fue el grupo que llegó a verse como el verdadero sucesor del movimiento millerita. Este tercer grupo tenía entonces que explicar dos cosas: ¿Qué ocurrió el 22 de octubre de 1844? ¿Cuál es el santuario que necesitaba ser purificado?
Redefinición del Santuario
El 23 de octubre de 1844, el día que siguió al gran chasco, Hiram Edson, un granjero metodista de Port Gibson, Nueva York, se encontraba cruzando un campo cuando algo lo detuvo a mitad de camino. «El cielo parecía abierto ante mi vista —contó Edson—, vi en forma clara y notoria que, en vez de que nuestro Sumo Sacerdote saliera del Lugar Santísimo del santuario celestial para venir a esta tierra el décimo día del séptimo mes, al final de los 2.300 días, ese día entró por vez primera en el segundo departamento de ese santuario; y que tenía que desempeñar una tarea en el Lugar Santísimo antes de venir a esta tierra».
La mente de Edson fue «dirigida» también a Apocalipsis 10, con su relato del librito que era dulce en la boca pero amargo en el vientre. Identificando la experiencia de los milleritas de la predicación acerca de las profecías de Daniel con la experiencia agridulce de Apocalipsis 10, Edson notó que el capítulo se cerraba con la orden de «profetizar otra vez». Edson, seguro de que Dios estaba respondiendo su oración de entender por qué había ocurrido el chasco, comenzó pronto a estudiar el tema en la Biblia con O. R. L. Crosier y el Dr. F. B. Hahn. Así, llegaron a la conclusión, en conformidad con la experiencia de Edson del 23 de octubre, de que el santuario que debía purificarse en Daniel 8: 14 no era la tierra ni la iglesia, sino el santuario celestial, del que el santuario terrenal había sido un tipo o copia.
[Imagen] Retrato de Hiram Edson [Imagen]
Mediante el estudio de la Biblia, Crosier y sus colegas habían proporcionado respuestas a las preguntas anteriores y sus conclusiones más importantes pueden ser resumidas así:
- Existe un santuario literal en el cielo.
- El sistema hebreo del santuario era una representación visual completa del plan de salvación que fue diseñado según el santuario celestial.
- De igual modo que los sacerdotes de antaño tenían un ministerio de dos fases en el santuario del desierto, Cristo tiene un ministerio de dos fases en el celestial. La primera fase comenzó en el Lugar Santo en el momento de su ascensión, mientras que la segunda comenzó el 22 de octubre de 1844, cuando Cristo pasó del primer departamento del santuario celestial al segundo. Así, el día de la expiación antitípico o celestial dio comienzo en esa fecha.
- La primera fase del ministerio de Cristo tenía que ver con el perdón; la segunda involucra borrar los pecados y la purificación del santuario y de los creyentes individuales.
- La purificación de Daniel 8:14 era una limpieza del pecado, y, por lo tanto, se realizaba con sangre, no con fuego.
- Cristo no regresaría a la tierra hasta completar su ministerio en el segundo departamento.
Joseph Bates (ex capitán de la marina mercante y activo laico millerita) en 1847 (y otros ya a comienzos de 1845) hizo corresponder el día de la expiación celestial con el juicio previo al advenimiento que debía ocurrir necesariamente antes de que Cristo pudiese volver para ejecutar el juicio del advenimiento, en el que todos recibirían finalmente su justa recompensa. Así, la teología adventista del séptimo día en desarrollo llegó a ver la purificación del santuario de Daniel 8:14 como el acto investigador, o previo al advenimiento, que Cristo realizaba en el Lugar Santísimo del santuario celestial. Como resultado, cuando los que se estaban transformando en adventistas del séptimo día predicaban el mensaje del primer ángel («la hora de su juicio ha llegado» [Apoc. 14: 7]), con el tiempo lo interpretaron como un anuncio del comienzo del juicio previo al advenimiento el 22 de octubre de 1844.
[Imagen] Retrato de Joseph Bates realizado cerca de 1860. [Imagen]
El don de profecía
En noviembre de 1844, junto con la mayoría de los demás milleritas, Elena Harmon, que tenía entonces 17 años, abandonó la creencia de que hubiera ocurrido algo el 22 de octubre. Sin embargo, para su sorpresa, según recordó más tarde, «mientras estaba orando ante el altar de la familia [en diciembre de 1844], el Espíritu Santo descendió sobre mí. En visión, cuando buscaba a sus hermanos adventistas y no los podía ver, una voz le dijo que mirara un poco más arriba: «Y entonces […] alcé los ojos y vi un sendero recto y angosto […] El pueblo adventista andaba por ese sendero, en dirección a la ciudad celestial que se veía en su último extremo. En el comienzo del sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz, que, según me dijo un ángel, era el ‘clamor de media noche»‘. De esta forma, Dios confirmó que la fecha del 22 de octubre era un cumplimiento de la profecía.
«Esta luz —continuó Elena Harmon— brillaba a todo lo largo del sendero. y alumbraba los pies de los caminantes para que no tropezaran. Delante de ellos iba jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no apartaban los ojos de él, iban seguros […]. Pero […] algunos […] negaron temerariamente la luz que brillaba tras ellos. diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí. Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo. en el mundo sombrío y perverso» (PE 14. 15). Su primera visión nos dice mucho acerca de su ministerio. Lo primero y lo principal es que nos muestra su pasión de toda la vida: el pronto regreso de jesús y la preocupación de Dios por sus hijos.
Durante setenta años (desde 1844 hasta su muerte en 1915), Elena G. de White predicó el amor de Dios, la proximidad de la venida de Cristo y el mensaje de la hora del juicio de Dios. Al comienzo, por supuesto, tenía poca autoridad. Casi todos los creyentes la percibían solo como una voz entre muchas. Nunca ha sido fácil ser profeta de Dios, y seguía sin serlo en 1844, el mismo año en que Joseph Smith, el «profeta» mormón, perdió la vida a manos de una multitud airada en Illinois. Pero Dios le dijo a Elena Harmon que la fortalecería. A medida que iba pasando el tiempo, los adventistas se sentían cada vez más impresionados ante la solidez de su mensaje. Al aplicar las pruebas bíblicas de un profeta a su vida y obra, cada vez había más personas que confirmaban su creencia en su divino llamamiento.
Elena Harmon no fue la primera, ni la única elección de Dios para el oficio profético entre los adventistas. Al comienzo de 1842, William Foy, negro liberto que pertenecía a la Iglesia Bautista, recibió varias visiones referentes a la segunda venida de Cristo y la recompensa de los justos. Foy predicó sus mensajes durante algún tiempo. Luego, inmediatamente antes del Gran Chasco, Dios llamó a un segundo hombre, Hazen Foss, para el oficio profético, pero rechazó cooperar y perdió el don. Foss luego animó a Elena Harmon a no cometer el mismo error.
Es necesario dejar en claro que el don de Elena G. de White no desempeñó un papel prominente en el desarrollo de la doctrina adventista. En una respuesta dada en 1874 a los críticos que afirmaban que los adventistas del séptimo día habían recibido la doctrina del santuario a través de las visiones de Elena G. de White, el redactor jefe de la denominación respondió: «Se han escrito cientos de artículos sobre el tema. Pero en ninguno de ellos aparecen las visiones a las que una vez se hizo referencia como autoridad en el tema, ni como fuente de donde haya derivado ninguno de los puntos de vista que sostenemos […]. Apelamos invariablemente a la Biblia, donde hay evidencia abundante para los puntos de vista que sostenemos sobre este tema» (RH, 22 de diciembre de 1874).
El método básico empleado por los pioneros en su formación doctrinal era estudiar la Biblia hasta llegar a un consenso general. En ese punto, Elena G. de White a veces recibía una visión sobre un tema ya estudiado, en primer lugar para reafirmar el consenso y para ayudar a quienes todavía no estaban en armonía con la mayoría para aceptar la exactitud de las conclusiones del grupo derivadas de la Biblia. La pregunta de por qué Dios simplemente no disipó puntos de desacuerdo dando visiones en primer lugar. La respuesta de Jaime White nos brinda una interpretación crucial acerca del papel del don de su esposa. «No parece que el propósito del Señor sea instruir a su pueblo por medio de los dones del Espíritu sobre cuestiones bíblicas hasta que sus siervos hayan investigado su Palabra diligentemente […]. Hemos de hacer que los dones ocupen su lugar apropiado en la iglesia. Dios nunca los coloca en el primer puesto, pero os ordenó contar con ellos para guiarnos en el sendero de la verdad, y en el camino al cielo. Él ha magnificado su Palabra. Las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento son la lámpara para iluminar el camino hacia el reino. Sigan eso. Pero si se apartan de la verdad bíblica, y están en peligro de perderse, puede ser que Dios los corrija en el momento que él elija, y los lleve de vuelta a la Biblia, y los salve» (RH, 25 de febrero de 1868).
La quintaesencia del adventismo del séptimo día ha consistido en ser un movimiento orientado hacia la Biblia que acepta la enseñanza de las Escrituras acerca del don de profecía. Sin embargo, uno de los aspectos desafortunados de la historia adventista es que algunos miembros de iglesia han abusado del don de Elena G. de White al darle más importancia que a la Biblia. Los esposos White y otros fundadores del adventismo rechazaron esa posición no bíblica. El don de profecía es una bendición para la iglesia de Dios, pero el verdadero adventismo siempre ha alentado la primacía de las Escrituras.
El sábado
La primera congregación adventista en guardar el sábado como día de repaso surgió antes del Gran Chasco. Esto ya que algunos adventistas se enteraron de la validez del día de reposo por causa de los bautistas del séptimo día, quienes a comienzos de la década de 1840 habían renovado su compromiso de diseminar esta luz especial. Uno de sus miembros, una enérgica mujer llamada Rachel Oakes, retó a un predicador adventista que pertenecía a la Iglesia Metodista a guardar todos los mandamientos. Como resultado, el pastor Frederick Wheeler comenzó a observar el sábado en la primavera de 1844. En marzo de 1845 los escritos publicados por T. M. Preble, un predicador bautista que se había convertido en millerita y había aceptado el sábado, cayeron en manos de Joseph Bates, uno de los fundadores de la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Bates aceptó el sábado y con el tiempo lo compartió en una reunión con Crosier, Hahn y Edson, y aceptaron el sábado bíblico.
El ex capitán Bates, mientras tanto, en agosto de 1846, publicó un folleto titulado The Seventh Day Sabbath, a Perpetual Sign [El sábado, señal perpetua]; también publicó, más tarde, una serie de folletos en los que interpretó el sábado en el marco de Apocalipsis 11 al 14. Entre 1846 y 1849 hizo al menos tres contribuciones para la comprensión profética del sábado; (1) al tener el Lugar Santísimo del santuario celestial un arca que contenía el Decálogo, igual que el santuario terrenal, estaba nueva etapa, la del juicio previo al advenimiento iniciado el 22 de octubre de 1844, señalaba también un renovado énfasis en la ley de Dios; (2) del mensaje secuencial de los tres ángeles de Apocalipsis 14 solo los dos primeros habían sido predicados por los milleritas, pero el versículo 12 comenzaba a cumplirse luego del 22 de octubre de 1844; y, (3) desarrolló los conceptos del tiempo del fin, del sello de Dios y la marca de la bestia en el contexto de la alianza con Dios o con la bestia. Sostenía que la fidelidad al sábado bíblico sería el punto focal externo de la batalla.
Bates también sirvió de instrumento para presentarles el sábado como día de reposo a Jaime White y a Elena Harmon (que se casaron el 30 de agosto de 1846). Años más tarde, Elena G. de White recordó que «en el otoño de 1846 comenzamos a observar el día de reposo bíblico, y también a enseñarlo y defenderlo» (PE, xx). Así, los tres fundadores del adventismo del séptimo día se unieron en la doctrina del sábado hacia finales de 1846.
La inmortalidad condicional
La mayoría de los cristianos a través de la historia ha creído, siguiendo la filosofía griega, que las personas nacen siendo inmortales. Por eso, cuando su cuerpo muere, su espíritu o algo va al cielo a vivir con Dios, o a un infierno que arde eternamente. En otras palabras, las personas tienen una inmortalidad innata. Es imposible que mueran de verdad dejando de existir.
En 1840, después de tres años de estudio bíblico intenso, George Storrs, un ministro metodista, concluyó, de la misma manera que muchos otros eruditos a través de la historia, que, al mirar el tema de la muerte desde un punto de vista hebreo en vez de griego, los seres humanos no poseen inmortalidad inherente, sino que esta solo pertenece a aquellos que siguen a Cristo, y, por lo tanto, es condicional, mientras quienes lo rechazan siguen siendo mortales. Esa enseñanza, por supuesto, tiene implicaciones directas para el destino de los impíos. En resumen, si los impíos no son inmortales, no pueden arder por siempre. Serán consumidos en el fuego del infierno, y el resultado será eterno.
En 1842, Storrs se unió al adventismo millerita y pronto se convirtió en uno de los principales activistas y escritores. Uno de sus primeros conversos entre el cuerpo pastoral fue Charles Fitch y, más tarde, los tres fundadores del adventismo del séptimo día —Joseph Bates y Jaime y Elena G. de White— aceptaron la enseñanza de la inmortalidad condicional. Para ellos no solo tenía sentido bíblico, sino que parecía ser necesaria para su teología. De esta forma, la inmortalidad condicional se convirtió en una de las doctrinas más esenciales del adventismo, no solo por responder a preguntas claves como «si la gente ya tenía su recompensa, ¿por qué tener un juicio previo al advenimiento, o incluso una segunda venida?», sino también porque formaba un eslabón integral en una teología centrada en el ministerio de Cristo en el santuario celestial.
Las doctrinas «pilares» y los mensajes de los tres ángeles
En el corazón de este conjunto de doctrinas había dos ideas bíblicas: el santuario y los mensajes de los tres ángeles. Para comienzos de 1848 los líderes adventistas observadores del sábado, por medio de un estudio amplio y detallado de la Biblia, habían llegado a un acuerdo básico en al menos cinco puntos doctrinales que consideraron como «hitos» o «pilares»:
- El regreso personal, visible y premilenario de Jesús
- La purificación del santuario, habiéndose iniciado el ministerio de Cristo en el segundo departamento el 22 de octubre de 1844: el comienzo del día de la expiación antitípico.
- La validez del don de profecía, considerando cada vez más creyentes que el ministerio de Elena G. de White era una manifestación moderna de ese don.
- La obligatoriedad de la observancia del sábado como día de reposo y el papel del sábado en el gran conflicto del fin del tiempo profetizado en Apocalipsis 11 al 14.
- La inmortalidad no es una cualidad inherente del ser humano, sino algo que las personas reciben únicamente a través de la fe en Cristo.
Después del santuario, el mensaje de los tres ángeles de Apocalipsis 14 era la imagen bíblica organizadora y unificadora de la teología de los adventistas del sábado. Esos mensajes no solo ligaban toda la teología adventista al servicio del santuario con su mensaje de juicio (y de salvación), sino que les permitían a los observadores del sábado ubicarse en la corriente de la historia profética. Además, los mensajes de los tres ángeles se convirtieron con el tiempo en la fuerza profética que diseminó las misiones adventistas del séptimo día por todo el mundo en el intento por parte de la iglesia por llevar su mensaje único «a toda nación, tribu, lengua y pueblo».
Jaime White vió que el mensaje del tercer ángel (véanse los versículos 9 al 12) era el momento culminante para este movimiento profético. Sería el último mensaje de misericordia de Dios para el mundo, inmediatamente antes de la gran cosecha de almas en la segunda venida (véanse los versículos 15 al 20). Señaló que Apocalipsis 13 y 14 y el mensaje del tercer ángel reconocen solo dos clases de personas: una persigue a los santos y recibe la marca de la bestia, mientras que la otra sigue siendo paciente mientras espera el retomo de Cristo, a pesar del chasco del 22 de octubre de 1844, y «guarda los mandamientos de Dios”. «Muchos se detuvieron en el mensaje del primer ángel, otros en el del segundo, y muchos rechazarán el tercero; pero unos pocos seguirán ‘al Cordero dondequiera que vaya’, y subirán a poseer la tierra. Aunque tengan que pasar por fuego y sangre, o ser testigos del ‘tiempo de angustia cual nunca fue’, no se rendirán para ‘recibir la marca de la bestia’, sino que seguirán luchando y avanzando en su guerra santa hasta que, con las arpas de Dios, toquen la nota de victoria en el monte Sión» (PT, abril de 1850).
Verdaderamente, los adventistas observadores del sábado se consideraban un movimiento profético. Debido a sus convicciones, a menudo a su movimiento lo llamaban el «mensaje del tercer ángel». Estas doctrinas distintivas permanecieron en el corazón del adventismo sabático en desarrollo e hizo de ellos un pueblo peculiar. Como tal, el pueblo del sábado valoraba mucho estas creencias y las predicaba ávidamente. Los observadores del sábado, por supuesto, compartían muchas creencias con otros cristianos, como la salvación por gracia por medio de la fe en el sacrificio de Jesús y la eficacia de la oración. Pero su predicación y su enseñanza se centraban en esas doctrinas distintivas fundamentales, estas, en su conjunto, separaban esta rama del adventismo no solo de otros cuerpos milleritas, sino también de otros cristianos en general.
La «puerta cerrada» a la misión
Aunque los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14 obviamente señalaban una misión mundial, ese aspecto del capítulo no era nada evidente para los primeros adventistas observadores del sábado. La verdad es progresiva y, como sucede a menudo en nuestra vida personal, los observadores del sábado fueron comprendiendo el plan de Dios para ellos solo paso a paso. De hecho, sería más correcto catalogar a los adventistas observadores del sábado en el campo de la antimisión que en el de la misión. Podemos justamente describir su teoría y práctica de la misión como una «puerta cerrada» al trabajo misionero.
William Miller enseñaba en las décadas de 1830 y 1840: «Se cerró la puerta; implica el cierre del reino de la mediación, y el fin del período evangélico» (Evidence From Scripture and History [Evidencia de la Escritura y la historia] [impreso en 1842], p. 237) Cuando Cristo no regresó el 22 de octubre de 1844, Miller —que seguía esperando la pronta aparición de Cristo en nubes del cielos— interpretó que la puerta cerrada representaba el final del tiempo de gracia para la humanidad. Miller decía también, ya en diciembre de 1844, “Dios, en su providencia, ha cerrado la puerta; nosotros solo podemos estimularnos unos a otros a ser pacientes; a ser diligentes para asegurarnos nuestro llamado y elección. Ahora estamos viviendo en el tiempo especificado por Malaquías 3: 18, también Daniel 12: 10 y Apocalipsis 22: 10-12. En este pasaje no podemos evitar ver que un tiempo antes de que Cristo venga, habría una separación entre los justos y los injustos […]. Nunca antes desde los días de los apóstoles se ha trazado una línea divisoria tal» (AH, 11 de diciembre de 1844). Ciertamente, reacciones desagradables de los incrédulos burladores y de los ex milleritas después del Gran Chasco deben de haber hecho parecer que la puerta del tiempo de gracia realmente se había cerrado. Además, el flujo masivo de nuevos conversos se había detenido el 22 de octubre.
La mayoría de los milleritas, bajo el liderazgo de Himes, habían empezado a reconocer que nada había pasado el 22 de octubre de 1844 y, por tanto, abandonaron también la creencia de que la puerta del tiempo de la gracia se había cerrado. A diferencia de ellos, los adventistas guardadores del sábado, incluyendo a Bates y a los White, continuaron sosteniendo el cumplimiento de la profecía del 22 de octubre y la enseñanza de la puerta cerrada. Así que los otros adventistas milleritas comenzaron a referirse a ellos peyorativamente como «los del sábado y la puerta cerrada», en alusión a sus diferencias doctrinales.
Por otra parte, a veces incluso los errores conducen a buenos resultados. Así ocurrió con la puerta cerrada. Durante el período de la puerta cerrada de la misión adventista, los adventistas observadores del sábado creían que la labor evangelizadora de su movimiento estaba restringida a quienes habían aceptado el mensaje millerita de la década de 1830 y comienzos de la de 1840. La puerta de la gracia se había cerrado para todos los demás. Así, el «error» de la puerta cerrada le dio suficiente tiempo al grupito de adventistas observadores del sábado para construir sus propios cimientos teológicos. Poco invirtieron de sus escasos recursos en la evangelización hasta que tuvieron un mensaje, y solo después de tener un mensaje claro que dar estuvieron listos para dar el siguiente paso en su misión profética.
La era del desarrollo organizativo (1848-1863)
«Ninguna iglesia puede organizarse por invención del hombre sin que se convierta en Babilonia en el mismo momento en que se organiza» (MCr, 15 de febrero de 1844), así sintetizaba George Storrs su oposición a cualquier tipo de organización eclesiástica que estuviera por sobre el nivel congregacional. El sentimiento de haber sido excomulgados de la mayoría de los cuerpos eclesiásticos organizados —identificados por Fitch como Babilonia— provocaba en los milleritas un rechazo generalizado a la idea de crear organizaciones denominacionales que cumplieran el mismo. Además, la fuerte influencia de la Conexión Cristiana, grupo que tradicionalmente había resistido la organización eclesiástica por encima del nivel local, también reforzó entre quienes habían sido sus miembros —como Jaime White y Joseph Bates— una actitud contraria a la organización. Por otro lado Elena G. de White había crecido rodeada de una perspectiva completamente diferente, ella venía de la denominación protestante más eficientemente organizada de sus días, la Iglesia Metodista Episcopal.
Los primeros congresos acerca del sábado
El primer congreso acerca del sábado se reunió en la primavera de 1848 en Rocky Hill, Connecticut. Ese año se realizaron al menos cinco más, otros seis en 1849 y diez en 1850. Joseph Bates y los White asistieron a la mayoría. Aunque estos congresos se desarrollaban casi siempre durante un fin de semana, algunos se extendían de jueves a lunes. El propósito, de acuerdo con Jaime White, era la «unión de los hermanos en las grandes verdades relacionadas con el mensaje del tercer ángel» (RH, 6 de mayo de 1852), un mensaje ya estudiado y consensuado por los líderes observadores del sábado.
De acuerdo con Jaime White, para noviembre de 1849 los congresos estaban cumpliendo su propósito fundamental «Por medio de la proclamación de la verdad del sábado en […] conexión con el movimiento adventista —le informaba al hermano Bowles— Dios se está dando a conocer a los que son suyos. En el oeste de Nueva York el número de observadores del sábado está creciendo rápidamente. Hay más del doble ahora que hace seis meses. Así [también] es más o menos en Maine, Massachusetts, New Hampshire, Vermont, y Connecticut […]. (JW al hermano Bowles, 8 de noviembre de 1849). Los congresos también daban la oportunidad de perfilar aquellas posiciones a medida que las nuevas cuestiones guiaban a más respuestas en el contexto del estudio de la Biblia. De esta manera, debemos considerar estos congresos semi informales como el primer paso organizativo en el desarrollo del adventismo del séptimo día.
La publicación de «la verdad»
El segundo paso en el desarrollo de la estructura organizativa de los observadores del sábado estaba en el área de las publicaciones. Al igual que los congresos acerca del sábado, las publicaciones iniciales sirvieron para convocar, informar y unir al cuerpo de creyentes en los mensajes de los tres ángeles desde dentro de las filas dispersas de los adventistas milleritas todavía confundidos. Paralelamente a los congresos, las publicaciones eran algo básico de la «organización» millerita anterior al Chasco.
Las primeras publicaciones de los observadores del sábado fueron dirigidas por Bates, a partir de 1846, y eran folletos ocasionales que destacaban las verdades recién descubiertas en el contexto del millerismo como movimiento profético. Sin embargo, el trabajo de las publicaciones tomó más fuerza luego de noviembre de 1848, cuando, tras tener una visión, Elena G. de White le comentó a su esposo Jaime: “Tengo un mensaje para ti. Has de comenzar a imprimir un pequeño periódico y enviarlo a la gente. Será pequeño al comienzo; pero a medida que la gente lo lea, te enviará medios con los cuales imprimir; y será un éxito desde el mismo principio. Se me ha mostrado que desde este pequeño comienzo saldrán rayos de luz que han de circuir el globo» (El colportor evangélico, p. 9).
Humanamente hablando, parecía absurdo. ¿Qué podrían lograr unos pocos predicadores sin un centavo respaldados por unos cien creyentes? Ciertamente no podríamos imaginarnos un comienzo más humilde para una empresa de publicaciones. Pero, a pesar de las circunstancias desalentadoras, Jaime White, postrado por el cansancio, e indigente financieramente, avanzó por fe y se puso a escribir e imprimir el «pequeño periódico». Al no tener mucho donde elegir, White buscó a un impresor no adventista que imprimiera un folleto de ocho páginas para un perfecto desconocido, y que estuviera dispuesto a esperar a cobrar hasta que fuesen llegando las contribuciones de los lectores con los que se contaba con ilusión; así fue como encontró a Charles Pelton, un impresor de Middletown, Connecticut y se produjo el primer número de Present Truth [La verdad presente]. Su contenido era lo que los observadores del sábado consideraban el mensaje para ese tiempo: el sábado, los mensajes de los tres ángeles, y temas doctrinales anejos.
«Antes de enviar los ejemplares al correo —recuerda Elena G. de White-, los extendíamos siempre ante el Señor y ofrecíamos a Dios fervorosas oraciones mezcladas con lágrimas para que derramase sus bendiciones sobre los callados mensajeros. Poco después de publicar el primer número, recibimos cartas con recursos destinados a continuar publicando el periódico, así como también recibimos las buenas noticias de que muchas almas abrazaban la verdad» (Testimonios selectos, t. 1, p. 128).
Luego, en el verano de 1850, Jaime White publicó el primer ejemplar de la Adventist Review [Revista adventista], una revista que reimprimió la mayoría de los artículos milleritas importantes de comienzos de la década de 1840. La Adventist Review tenía el objetivo de impresionar a los milleritas esparcidos con la fuerza y la veracidad de los argumentos que dieron origen al movimiento de 1844. Pocos meses después, en noviembre de 1850, ambas revistas —Present Truth y Advent Review— se combinarían en la Second Advent Review and Sabbath Herald [Revista del Segundo Advenimiento y Heraldo del Sábado]. Esa revista, actualmente conocida como la Adventist Review [Revista adventista], verdaderamente se convirtió en una publicación periódica mundial que circunda el mundo actual «como rayos de luz». La llegada periódica de la Review les llevaba a los adventistas diseminados noticias de su iglesia y de los hermanos creyentes, sermones y un sentido de pertenencia. Como tal, su influencia e importancia en el adventismo primitivo fue evidentemente enorme.
En 1852, Jaime White comenzó a publicar la revista Youth’s Instructor [El instructor de la juventud], dentro de la cual se publicaban las lecciones bíblicas de las escuelas sabáticas. Este folleto se convirtió en el primer intento organizado de hacer algo por los jóvenes observadores del sábado. Al pasar unos pocos años, el trabajo de las publicaciones llegó a convertirse en una empresa importante; a raíz de aquello, en 1855 se estableció una casa editora propia en Battle Creek, Michigan.
Los primeros pasos hacia la organización formal
El acelerado crecimiento que produjo la agresiva labor misionera mediante los congresos y publicaciones —reflejado en el aumento desde doscientos simpatizantes hasta dos mil entre 1850 y 1852—, a pesar de ser una bendición, acarreaba sus propios problemas. Primero, no tenían manera de otorgar credenciales a sus pastores, de manera que las congregaciones esparcidas estaban a merced de cualquier predicador itinerante que afirmara ser ministro observador del sábado; en segundo lugar, los creyentes no tenían forma de hacer llegar los fondos a los ministros ni un medio sistemático para reunir fondos; y, tercero, no tenían ninguna organización legal que pudiese ser titular de propiedades. Eso no suponía ninguna dificultad en 1850, pero a finales de la década se convirtió en un problema que no les dejó otra opción que hacerle frente.
Entre 1850 y 1853 se vieron los primeros avances hacia el orden evangélico, primero con la ordenación de diáconos y luego con la ordenación formal de hombres al ministerio evangélico. Además, para 1853, los »hermanos dirigentes» —generalmente Bates y White— confeccionaban tarjetas de identificación firmadas para «hermanos itinerantes» a fin de frustrar a los impostores. Ese mismo año Elena G. de White escribió: «El Señor ha mostrado que el orden evangélico ha sido temido y descuidado en demasía». «Debe rehuirse el formalismo; pero al hacerlo, no se debe descuidar el orden. Hay orden en el cielo. Había orden en la iglesia cuando Cristo estaba en la tierra […]. Y ahora en estos postreros días, mientras Dios está llevando a sus hijos a la unidad de la fe, hay más necesidad real de orden que nunca antes» (PE 97). Con el mismo objetivo, Jaime empezó a escribir artículos acerca de la organización eclesiástica en la Review, incluso atacando directamente a quienes se oponían a la organización. Si bien los White habían iniciado la batalla en pro del orden evangélico en 1853, se necesitó otro decenio para lograr su objetivo.
La «hermana Betsy» y la ayuda para el ministerio
A mediados de la década de 1850 el exceso de trabajo y las privaciones forzaron a John Nevins Andrews —en ese entonces un joven predicador de los observadores del sábado— a retirarse tempranamente (tenía veintitantos años). Como dijo Andrews: «En menos de cinco años [después de comenzar su ministerio público] estaba completamente postrado por el agotamiento» (CTemp, p. 263). En 1856, Andrews y otro ministro destacado, John Loughborough, decidieron abandonar el ministerio. Así como ellos, varios otros predicadores estaban experimentando decaimientos y desánimos debido al exceso de trabajo al que se enfrentaban y la falta de recursos para mantenerse; de la misma manera, percibían que la venida de Cristo —que ellos esperaban que hubiera acontecido poco tiempo después de 1844— no parecía acontecer en la prontitud que ellos anhelaban.
Ambos predicadores decidieron volver a predicar el mensaje del tercer ángel luego de que los White visitaran Waukon —el lugar al que ambos se habían retirado— para despertar a la comunidad adventista y recuperar a los ministros que habían abandonado la obra. No obstante, el problema de mantención de los ministros estaba lejos de resolverse.
Adelantándose a los problemas financieros, la congregación de Battle Creek (la congregación de observadores del sábado más influyente) formó un grupo de estudio en la primavera de 1858 para investigar las Escrituras en busca de un plan para sustentar el ministerio. Bajo la dirección de J. N. Andrews, el grupo elaboró un informe a comienzos de 1859. Propusieron un plan que se llegó a conocer como Benevolencia Sistemática (o «Hermana Betsy», como lo apodaron pronto muchos). El plan animaba a los hombres a contribuir entre cinco y 25 centavos por semana, y a las mujeres de dos a diez centavos. Además, a ambos grupos se les ponía un recargo de uno a cinco centavos por semana por cada cien dólares que valieran sus propiedades.
Aunque la «Hermana Betsy» no coincidía con el plan de diezmos que los adventistas del séptimo día adoptaron con el tiempo después de estudiar la Biblia a finales de la década de 1870, fue un primer paso en el sostén sistemático de la iglesia y del desarrollo posterior del movimiento hacia una organización formal.
El viaje final hacia la organización eclesiástica
En el verano de 1859, Jaime White estaba listo para iniciar el camino hacia una organización denominacional formal. En un editorial de la Review del 21 de julio, escribió: «Carecemos de sistema. Y no debiéramos tenerle miedo a aquel sistema que no se opone a la Biblia, y está aprobado por el sentido común. La falta de sistema se siente en todas partes». Además, junto con hacer algunas sugerencias que iban a aportar orden en medio del caos, White decidió reprender a las distintas actitudes presentes en el grupo de los opositores a la organización”.
En febrero de 1860, Jaime White suscitó la cuestión de formar una organización legal para tener propiedades a su nombre y adoptar un nombre para la creciente denominación. Los dos temas estaban íntimamente relacionados, dado que era necesario dotar de un nombre a la organización si había de constituirse legalmente en el Estado de Míchigan y estar legalmente facultada para poseer la casa editora adventista y el edificio de la iglesia de Battle Creek.
La sugerencia de White generó una andanada por parte de R. F. Cottrell, editor corresponsal de la Review y cabecilla de los que se oponían a la organización eclesiástica. Cottrell escribió que él creía que «sería un error decir, ‘Hagámonos un nombre’, siendo que una afirmación tal yace en los cimientos de Babilonia. No creo que Dios lo apruebe» (RH, 22 de marzo de 1860). Este mensaje fue escrito mientras White estaba ausente de la oficina editorial y esto provocó que durante los siguientes seis meses, casi todos los números de la Retliew tenía algún material sobre el problema, mientras la iglesia discutía largo y tendido acerca de una solución en ese foro público.
Los principales dirigentes convocaron un «congreso general» de los observadores del sábado del 28 de septiembre al de octubre de 1860. En esa reunión, a pesar del aire apasionado de los argumentos «babilónicos», los presentes aprobaron la organización legal de la casa editora. Además de eso, adoptaron el nombre «Adventista del Séptimo Día» por ser el que mejor representaba las creencias de la denominación en desarrollo. El siguiente paso fue la organización legal propiamente dicha de la Asociación Publicadora Adventista del Séptimo Día el 3 de mayo de 1861, bajo las leyes del Estado de Míchigan.
En octubre se formó la Asociación Adventista del Séptimo día de Míchigan, con William A. Higley (un laico) de presidente. Superado el atolladero, en 1862 se organizaron siete asociaciones locales más: Iowa del Sur (16 de marzo), Iowa del Norte (10 de mayo), Vermont (15 de junio), Illinois (28 de septiembre), Wisconsin (28 de septiembre), Minnesota (4 de octubre) y Nueva York (25 de octubre). Hubo otras que pronto hicieron lo mismo.
El paso final en el desarrollo de la organización eclesiástica tuvo lugar en una reunión de representantes de las asociaciones locales en Battle Creek, en mayo de 1863. En ese momento llegó a la existencia la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día, con John Byington como primer presidente. Jaime White había sido elegido por unanimidad para la presidencia, pero rehusó el puesto debido al relevante papel que había desempeñado en el impulso en pro de la organización. En 1863, la Iglesia Adventista del Séptimo Día recién formada tenía alrededor de 3.500 miembros y casi 30 ministros.
La «puerta cerrada» se entreabre un poco
Según parece, todos los dirigentes de los observadores del sábado compartían la mentalidad «antimisión» que involucraba entender que “la puerta” de la gracia se había cerrado. En 1874, por ejemplo, Elena G. de White escribió: «Junto con mis hermanos y hermanas, después del tiempo pasado en 1844, yo creía firmemente que no se convertirían más pecadores» (lMS 84). Para comienzos de 1849, ella había empezado a asociar la terminología de la puerta cerrada con el Santuario celestial, según iban comprendiendo los observadores del sábado tanto su mensaje como su misión de cara al mundo. «Vi», escribió, «que Jesús había cerrado la puerta del lugar santo, y nadie podía abrirla; y que había abierto la puerta que da acceso al Lugar Santísimo, y nadie puede cerrarla» (PE 42). Ella siempre creyó que quienes habían rechazado al Espíritu Santo tras llegar a la convicción de la verdad del movimiento de 1844 se habían colocado fuera del alcance de la misericordia de Dios, pero, junto con los demás observadores del sábado, fue corrigiendo gradualmente su punto de vista sobre la puerta cerrada durante el inicio de la década de 1850.
Las inesperadas y cada vez más frecuentes conversiones de personas que, sin haber sido milleritas o adventistas, se unían a las filas del adventismo observador sorprendieron a los líderes del grupo. En 1850 Jaime White escribió sorprendido acerca de la aparición de un hombre que «no había efectuado profesión pública de religión alguna» con anterioridad a 1845 (AA, agosto de 1850). Para febrero de 1852 Jaime había cambiado su planteamiento a una política de evangelización de puertas abiertas: “Enseñamos esta puerta abierta, e invitamos a quien tenga oído para oír que acuda a ella y encuentre salvación por medio de Jesucristo. Hay una gloria sobrepujante en el planteamiento de que Jesús ha abierto la puerta al Santísimo […]. Si llega a decirse que tenemos la teoría de la puerta abierta y del sábado, no presentaremos objeciones, porque esa es nuestra fe» (RH, 17 de febrero de 1852).
Aunque a comienzos de la década de 1850 los observadores del sábado mantenían que su único cometido en la historia profética era predicar los mensajes de los tres ángeles de Apocalipsis 14, y pese a que Apocalipsis 14: 6 afirmaba con claridad que la misión del primer ángel era ir «a toda nación, tribu, lengua y pueblo», seguían vacilantes en lo relativo a una evangelización de ámbito mundial. Las razones abundaban y variaban desde las limitaciones económicas hasta interpretaciones forzadas del versículo mencionado, algunos pensaban que aquello ya se había logrado con el envío de las publicaciones “a todo el mundo” por medio de los barcos; otros, tomados de lo que Urías Smith respondió a través de la Review and Herald, argumentaban que la amplia diversidad étnica y nacional de los habitantes de Estados Unidos hacía que solo se necesitara predicar dentro del país para que la Palabra se cumpliera.
Tomado y adaptado de George Knight. Nuestra iglesia: momentos históricos decisivos. Doral, FL: Asociación Publicadora Interamericana, 2007.