VIDA Y OBRA DE MANUEL LACUNZA

 Autor Biografía: Sergio Olivares Peña

Miembro de una familia de la aristocracia de la capital de Chile, aunque venida a menos económicamente, Manuel Lacunza, al igual que otros familiares, optó por la vida religiosa, recibiendo las órdenes en la Compañía de Jesús. Se caracterizó por ser un estudiante inteligente, estudioso y de espíritu alegre, sociable y vivaz. Sus dotes intelectuales le permitieron destacarse tempranamente como profesor y orador.[1]

La tranquilidad colonial fue bruscamente interrumpida cuando, cumpliendo la orden de la Pragmática sanción del rey Carlos III, por razones que se guardaba «en su real corazón», los jesuitas fueron expulsados de «todos los territorios de España e Indias» en el año 1767. En el mayor secreto se hicieron los preparativos en Chile. Dos barcos se apostaron en Valparaíso, el puerto cercano a Santiago, se cerraron los pasos cordilleranos, y en la madrugada del 26 de agosto de 1767 se procedió al arresto de los jesuitas. La prisión se prolongó hasta el 26 de octubre, privados casi totalmente de contactos con el mundo exterior.[2] Posteriormente fueron embarcados hasta Lima. Luego de permanecer allí por un tiempo, siguieron viaje a España. Recién en marzo de 1769 habrían de terminar su odisea en Ímola, cerca de Bolonia, en Italia, ciudad que sería su residencia por el resto de su vida. En 1799, el gobierno español permitió a los jesuitas retornar a su patria, pero Manuel Lacunza no volvería a ver su suelo natal. En la mañana del 18 de junio de 1801, el cuerpo sin vida de Lacunza fue encontrado en los alrededores de Ímola. Nunca se estableció la causa de su muerte.

Su correspondencia familiar desde el exilio nos muestra aspectos íntimos de su afectividad y espiritualidad. Se imagina viajando de vuelta a Chile, recreándose en sus parajes y compartiendo con sus seres queridos. Añora las comidas de su patria y las tertulias con sus paisanos. Hay un fuerte acento nostálgico en sus palabras: «solamente saben lo que es Chile los que lo han perdido: no hay por acá el menor compensativo y esta es la pura verdad».[3] El exilio es doloroso. Se identifica con la suerte de sus hermanos desterrados: «Todos nos miran como un árbol perfectamente seco e incapaz de revivir, o como un cuerpo muerto sepultado en el olvido».[4] Sin embargo, el sufrimiento no es inútil; mediante el se puede compartir la cruz de Cristo; «porque para servir a Dios muy de veras no puede haber cosa más a propósito que el estado presente en que nos hallamos, que es de humillación y de cruz».[5] Aunque amargo, el exilio no es estéril. Allí en la soledad surge su gran aporte al mundo cristiano: La Venida del Mesías en gloria y majestad.

Mucho se ha discutido sobre la motivación que tuvo Lacunza al escribir su obra. Sus detractores creen ver en ella el resultado de un proceso psicológico alimentado por las frustraciones del exilio y posterior supresión de su orden religiosa con el apoyo del Pontífice romano.[6] Otros la ven como el resultado de la reacción conservadora cristiana ante el impacto de la Ilustración, expresado especialmente en el deísmo, tan en boga en aquellos días tanto en el cristianismo católico como en el protestante.[7] Otros, en fin, ven en ella el fruto del estudio intenso de la Santa Escritura, particularmente de los escritos apocalípticos de Daniel y Apocalipsis, sin aceptar la mediación de los Padres y teólogos de la Iglesia.[8]

Tres son las razones que da el mismo autor: 1) Obligar a los sacerdotes a sacudir el polvo de sus Biblias. 2) Detener a los que corren al «abismo horrible de la incredulidad; lo cual no tiene ciertamente otro origen sino la falta de conocimiento vuestra divina persona [Mesías Jesucristo]». 3) Iluminar y ayudar a los judíos por el «conocimiento de su verdadero Mesías».[9]

Resultan particularmente conmovedoras las declaraciones de Lacunza o de su amanuense sobre la metodología que él usó: estudio de la Biblia, reflexión y oración. Cuando encontraba un punto difícil de explicar, cuenta su amanuense el Padre González Carvajal, interrumpía su trabajo y le decía: «suspendamos el trabajo hasta pedir con más insistencia la iluminación divina». Se le atribuye el haber dicho que «su libro era más obra de sus rodillas que de su cabeza».[10]

Menéndez Pelayo afirma que era «un varón tan espiritual y de tanta oración que de él dice su mismo impugnador, el P. Bestard que “todos los días perseveraba innoble en oración por cinco largas horas, cosido su rostro en tierra”.»[11]

La obra está dividida en tres partes. La primera es un esbozo de su sistema, contrapuesto al sistema tradicional. Se incluye allí un estudio sobre el sentido de las Santas Escrituras, defendiendo el sentido literal. Discute luego sobre el valor de la tradición en la interpretación de la Escritura, distinguiendo entre los «artículos de fe y las conjeturas discutibles». Expone a continuación su sistema:

«Sistema general. Jesucristo volverá del cielo á la tierra, cuando llegue su tiempo, cuando lleguen aquellos tiempos y momentos, que puso el Padre en su propio poder. Vendrá acompañado, no solamente de sus ángeles, sino también de sus santos ya resucitados: de aquellos digo, que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos [Lucas 20: 35]. He aquí, vino el Señor entre millares de sus santos [Judas 14]. Vendrá no tan de prisa, sino mas despacio de lo que se piensa. Vendrá á juzgar no solamente á los muertos, sino tambien y en primer lugar á los vivos. Por consiguiente este juicio de vivos y muertos, no puede ser uno solo, sino dos juicios diversísimos, no solamente en la sustancia y en el modo, sino también en el tiempo. De donde se concluye (y esto es lo principal á que debe atenderse) que debe haber un espacio de tiempo bien considerable entre la venida del Señor que esperamos, y el juicio de los muertos, ó resurrección universal.»[12]

La segunda parte tiene como título: «Parte Segunda: Que comprende la observación de algunos fenómenos particulares sobre la profecía de Daniel, y venida del Anticristo».

En la tercera parte expone la venida del Señor, el juicio universal, los nuevos cielos y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, la felicidad milenaria, el juicio final y la felicidad eterna de los justos.

El impacto de la obra de Lacunza se hizo sentir muy tempranamente. Cuando todavía se estaba escribiendo empezaron a circular sus escritos, con gran malestar del autor por las deformaciones y malinterpretaciones que ya aparecían.[13] Como se podía esperar, fueron eclesiásticos católicos los primeros en recibirlas y reaccionar; unos para aplaudirla y difundirla; otros para cuestionar tanto el método como el contenido. Las críticas se concentraron especialmente en: 1) el abandono de los Padres de la iglesia como primera fuente de interpretación, 2) su método literal de interpretación bíblica con menosprecio del tradicional método alegórico, 3) su interpretación del Anticristo como cuerpo moral, 4) La visión negativa de la jerarquía romana vinculándola con la segunda bestia de Apocalipsis 13 y la ramera del capítulo 17, y 5) el rol que le asigna al pueblo judío en su escatología. Gran controversia ha suscitado también su enfoque milenarista, prácticamente abandonado en la Iglesia Católica, desde el siglo III, con énfasis en dos resurrecciones, una de los justos y otra de los impíos separadas por un milenio terrenal.[14]

Sus admiradores y defensores se encuentran especialmente en la orden jesuita, quienes no escatiman elogios tanto para el autor como para su obra.[15]

«Acerca de la obra del Sr. D. Manuel Lacunza, digo, que la creo trabajada á mayor gloria de nuestro Señor, y provecho de la santa Iglesia, con tal esmero, que en tal asunto no le iguala ninguna otra de las que han llegado á mi noticia. Sea infinitamente loado el Padre de las luces, que con tan maravillosa copia de ellas ha alumbrado al autor en la inteligencia de la santa Escritura.»[16]

Particular mención merecen los juicios de destacados historiadores chilenos como es el caso de Francisco Antonio Encina, quien califica esta obra como:

«…el libro chileno que ha alcanzado la más alta cumbre como esfuerzo de inteligencia, o sea como trabajo de pensamiento encaminado a ahondar una concepción, y a exponerla al mundo con la fuerza espiritual necesaria para herir su atención y penetrar profundamente en el alma humana, con independencia del tema. Es el que ha alcanzado mayor celebridad y el único que ha repercutido en el pensamiento universal hasta el instante en que escribimos».[17]

En Argentina, uno de los grandes próceres, el general Manuel Belgrano, en el año 1816, financió una edición en cuatro tomos, hecha en Londres.

También en España se registran expresiones elogiosas. En el Diccionario biográfico de Cortés se declara a Lacunza «una de las glorias de la teolojía del presente siglo», que en la exégesis bíblica «se elevó a una altura a que no ha llegado ningun escritor moderno, ni en Europa ni en América».[18]

Menéndez Pelayo afirma que «notables y ortodoxísimos teólogos ponen sobre su cabeza el libro del P. Lacunza, como sagaz y penetrante expositor de las Escrituras».[19]

También ilustres eruditos del alto clero español, como Felix Amat, arzobispo titular de Palmira y confesor de Carlos IV, califica la obra como «asombrosa en la meditacion y combinacion de las profecias»,[20] en tanto que su famosísimo sobrino Felix Torres Amat, en su traducción de la Vulgata, en una nota se expresa así: «Dicha obra es digna que la mediten los que particularmente se dedican al estudio de la Escritura, pues da luz para la inteligencia de muchos textos oscuros».[21]

La reacción de Roma llegó en 1819, ocho años después que saliera la primera edición impresa en Cádiz en 1811. El edicto fue expedido en Madrid, el 15 de enero, por el Tribunal del Santo Oficio, ordenando recoger la obra. Posteriormente, el 6 de septiembre de 1824, la obra fue incluida en el Índice por el papa León XII, con un escueto Prohibitum quodeumque idiomate, y sin otra fundamentación.

Sin duda alguna el mayor aporte realizado por un estudioso al realzar la persona y la obra de Manuel Lacunza pertenece al doctor Alfred-Félix Vaucher.[22] Sus escritos, resultado de cuidadosa e infatigable investigación, realizada en las mejores bibliotecas de Europa y América, han merecido elogios de destacados eruditos, siendo considerado como una autoridad obligada en cualquier consulta sobre el tema. Refiriéndose a su libro Une célébrité oubliée, el historiador chileno Raúl Silva Castro señala: «Este libro ha sido escrito por un investigador de extraordinario aliento y de rara sagacidad, en presencia de multitud de informaciones de todo orden, que han sido confrontadas con implacable rigor; y debe ser considerado como el mejor informado que existe sobre Lacunza, por lo menos en lo que toca a la bibliografía.»[23] Debemos a un erudito extranjero, M. Alfred-Félix Vaucher, que en 1941 editó su obra Une célébrité oubliée, un paso importante de progreso en esta materia.

Sin duda los medios religiosos católicos y protestantes, ya en el siglo XXI, no siguen experimentando el mismo impacto de la obra de Lacunza que en el siglo XIX. Un gran silencio se ha producido en torno a este escrito, salvo algunos artículos de expertos en las áreas de la historia y las letras en las publicaciones especializadas, o algunos foros en los círculos católicos ilustrados, particularmente en Chile, la tierra natal de Lacunza.

Resulta tentador hacer un paralelo con la obra de otro desterrado, Juan el Apóstol. Ambos forjaron en el silencio y el anonimato sus obras escatológicas. Ambas obras impactaron en su tiempo, generando ardientes controversias, para ser luego relegadas a un plano secundario. Debido a que la obra de Lacunza está inspirada en gran medida a reescribir el Apocalipsis de Juan, de donde extrae sus temas principales, es lícito esperar que mientras la escatología del Apocalipsis sea motivo de estudio y preocupación, necesariamente el investigador tendrá que transitar por la obra de Lacunza y sentir la fuerza de la convicción de sus palabras: «Jesucristo volverá del cielo a la tierra cuando llegue su tiempo, cuando lleguen aquellos tiempos y momentos que puso el Padre en su propio poder».


[1] HANISH ESPÍNDOLA, Walter. «El Padre Manuel Lacunza (1731-1801): su hogar, su vida y la censura española». Historia [Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago], vol. 8 (1969), págs. 181-185 (en línea: Historia. <http://revistahistoria.uc.cl/estudios/3877/> y <http://revistahistoria.uc.cl/wp-content/uploads/2011/10/hanisch-walter-8.pdf> [Consulta: 26 septiembre 2012]. Memoria Chilena. <http://www.memoriachilena.cl/temas/documento_detalle.asp?id=MC0012955> y <http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0012955.pdf> [Consulta: 26 septiembre 2012].). 

[2] BARROS ARANA, Diego. Obras completas. T. X: Estudios historico-bibliográficos. Santiago de Chile: Imprenta Cervantes, 1911, págs. 139-168 (en línea: Internet Archive. <http://archive.org/details/obrasdiegobarros10aranrich>, <http://archive.org/stream/obrasdiegobarros10aranrich#page/n7/mode/2up>, <http://archive.org/stream/obrasdiegobarros10aranrich#page/138/mode/2up> y <http://ia600307.us.archive.org/5/items/obrasdiegobarros10aranrich/obrasdiegobarros10aranrich.pdf> [Consulta: 26 septiembre 2012]).

[3] ESPEJO TAPIA, Juan Luis. «Cartas del Padre Manuel Lacunza». Revista Chilena deHistoria y Geografía [Santiago], vol. 9, n.º 13 (1.er trimestre 1914), pág. 219.

[4] Ibídem, pág. 214.

[5] Ídem, pág. 217.

[6] ENRICH, Francisco. Historia de la Compañía de Jesús en Chile. T. II. Barcelona: Imprenta de Francisco Rosal, 1891, págs. 495-496 (en línea: Intermet Archive. <http://www.archive.org/details/historiadelacomp02enri>, <http://www.archive.org/stream/historiadelacomp02enri#page/n5/mode/2up> y <http://ia700402.us.archive.org/32/items/historiadelacomp02enri/historiadelacomp02enri.pdf> [Consulta: 17 octubre 2011]). Citado en: VAÏSSE, Émile. «El lacunzismo: Sus antecedentes históricos y su evolución». Revista Chilena de Historia y Geografía [Santiago], vol. 4 (1917), págs. 410-411 (ver en línea: Memoria Chilena. <http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0012963.pdf> [Consulta: 27 mayo 2011]).

[7] GÓNGORA DEL CAMPO, Mario. «Aspectos de la ilustración católica en el pensamiento y la vida eclesiástica chilena (1770-1814)». Historia [Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago], vol. 8 (1969), pág. 61 (en línea: Historia. <http://revistahistoria.uc.cl/en/estudios/3891/> y <http://revistahistoria.uc.cl/wp-content/uploads/2011/10/gongora-mario-8.pdf> [Consulta: 26 septiembre 2012]). 

[8] MATEOS, Francisco. «El Padre Manuel Lacunza y el milenarismo». Revista Chilena de Historia y Geografía [Santiago], n.º 115 (1.er semestre 1950), págs. 142-143.

[9] LACUNZA Y DÍAZ, Manuel de. «Dedicatoria». En: La Venida del Mesías en gloria y magestad. T. I. Londres: Ackermann, 1826, págs. xxxiv-xxxv.

[10] MATEOS, «El Padre Manuel Lacunza y el milenarismo», op. cit., pág. 143.

[11] MENÉNDEZ Y PELAYO, Marcelino. Historia de los heterodoxos españoles. T. VI. Madrid, 1930, págs. 482ss.

[12] LACUNZA Y DÍAZ, Manuel de. La Venida del Mesías en gloria y magestad. T. I. Londres: Ackermann, 1826, págs. 36-37. Citado en: HANISH ESPÍNDOLA, Walter. «Lacunza o el temblor apocalíptico». Historia [Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago], vol. 21 (1986), págs. 356-357 (en línea: Historia. <http://revistahistoria.uc.cl/estudios/3478/> y <http://revistahistoria.uc.cl/wp-content/uploads/2011/10/hanisch-walter-21.pdf> [Consulta: 26 septiembre 2012]).

[13] HANISH, «El Padre Manuel Lacunza (1731-1801)…», op. cit., pág. 202.

[14] Juan Buenaventura Bestard, citado por GÓNGORA DEL CAMPO, Mario. «La obra de Lacunza en la lucha contra el espíritu del siglo en Europa, 1771-1830». Historia [Pontificia Universidad Católica de Chile, Santiago], vol. 15 (1980), pág. 47 (en línea: Historia. <http://revistahistoria.uc.cl/estudios/3695/> y <http://revistahistoria.uc.cl/wp-content/uploads/2011/10/gongora-mario-15.pdf> [Consulta: 26 septiembre 2012]).

[15] URZÚA ASTABURUAGA, Miguel Rafael. «El R. P. Manuel Lacunza (1731-1801) y su obra La Venida del Mesías en gloria y majestad (Londres, 1826)». Revista Chilena de Historia y Geografía [Santiago], vol. 11 (3.er trimestre 1914), pág. 288.

[16] VALDIVIESO, José. «Carta apologética en defensa de la obra de Juan Josafat Ben-Ezra». En: LACUNZA, La Venida del Mesías…, op. cit., Londres: Ackermann, 1826, t. III, pág. 332.

[17] ENCINA, Francisco Antonio. Historia de Chile. Santiago: Editorial Universo, 1917, pág. 9.

[18] CORTÉS, José Domingo. Diccionario biografico americano. París: Tipografía Lahure, 1875, págs. 262-263 (en línea: Internet Archive. <http://www.archive.org/details/diccionariobio00cortrich>, <http://www.archive.org/stream/diccionariobio00cortrich#page/n11/mode/2up> y <http://ia600407.us.archive.org/18/items/diccionariobio00cortrich/diccionariobio00cortrich.pdf> [Consulta: 1 abril 2011]). Citado en: URZÚA ASTABURUAGA, Miguel Rafael. «Las doctrinas del padre Manuel Lacunza contenidas en su obra: La Venida del Mesías en gloria y majestad. Santiago: Imprenta y Litografía Universo, 1917, pág. 9 (en línea: Memoria Chilena. <http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0012962.pdf> [Consulta: 24 enero 2012]).

[19] MENÉNDEZ Y PELAYO, Marcelino. Historia de los heterodoxos españoles. T. V. Madrid: CSIC, 1947, pág. 478 (en línea: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. <http://www.cervantesvirtual.com/buscador/?f[cg]=1&q=Historia+de+los+heterodoxos+espa%C3%B1oles> [Consulta: 28 septiembre 2012]). Ver. ídem, Historia de los heterodoxos españoles [en línea]. Madrid: La Editorial Católica, 1978, Libro Sexto, cap. IV, «Adición a este capítulo». Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes: <http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01361608688915504422802/index.htm> y <http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01361608688915504422802/p0000027.htm#I_294_> [Consulta: 28 septiembre 2012]. Citado en: URZÚA ASTABURUAGA, Miguel Rafael. «El R. P. Manuel Lacunza (1731-1801) y su obra La Venida del Mesías en gloria y majestad (Londres, 1826)». Revista Chilena de Historia y Geografía [Santiago], vol. 11 (3.er trimestre 1914), p. 273.

[20] TORRES AMAT, Fèlix. Vida del Ilmo. Señor Don Félix Amat, arzobispo de Palmyra. Madrid: Imprenta que fue de Fuentenebro, 1835, pág. 351, § 355 (en línea: Google Books. <http://books.google.cl/books?id=Cc338XBzspwC&printsec=frontcover&hl=ca&redir_esc=y#v=onepage&q&f=false> [Consulta: 13 junio 2011]. Biblioteca Virtual Joan Lluís Vives. <http://www.lluisvives.com/servlet/SirveObras/79193286107359051800080/index.htm> y «Última época» <http://www.lluisvives.com/servlet/SirveObras/79193286107359051800080/p0000005.htm> [Consulta: 30 septiembre 2012]. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. <http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/79193286107359051800080/index.htm> y <http://bib.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/79193286107359051800080/p0000005.htm#I_7_> [Consulta: 30 septiembre 2012]).

[21] TORRES AMAT, Fèlix. La Sagrada Biblia. Comentario sobre el Apocalipsis, capítulo 20.

[22] VAUCHER, Alfred-Félix. Une célébrité oubliée: Le P. Manuel de Lacunza y Díaz (1731-1801) de la Société de Jésus auteur de «La Venue du Messie en gloire et majesté». Nueva ed. revisada. Collonges-sous.Salève (Francia): Imprimerie FIDES, 1968.

[23] SILVA CASTRO, Raúl. «En torno a la bibliografía de Lacunza». Revista Chilena de Historia y Geografía [Santiago], n.º 105 (2.º trimestre 1944), págs. 179.